martes, 25 de febrero de 2014

El día que se despidió el mejor amigo del sol



Carlos Paez Vilaró, nació en Montevideo, Uruguay, el 1º de noviembre de 1923.
Marcado por una fuerte vocación artística partió en su juventud a Buenos Aires, donde se vinculó al medio de las artes gráficas, como aprendiz de cajista de imprenta en Barracas y Avellaneda. A su regreso al Uruguay, en la década del 40, motivado por el tema del candombe y la comparsa afro-oriental y vinculándose estrechamente a la vida del conventillo “Mediomundo”, entra de lleno a manifestarse en el campo del arte.
Un día como hoy, un nublado febrero de 2014 se nos murió Paez,  y el pueblo lo despidió porque se estaba yendo, como dejándonos huérfanos de una presencia indispensable en el Uruguay.
A los 90 años decidió que su obra había finalizado, dejó su pincel tan lleno de memorias en un rincón del atelier, y se dejó llevar en este su último viaje.
Su casa Pueblo, la que fue creando de a caricias, como un amante dedicado lo despidió, de allí vino a Montevideo, para ser velado en AGADU, era su voluntad, pasó la noche en esa casa, para que un pueblo entero pudiera decirle adiós. De mañana temprano salió el cortejo, pasando por su barrio sur, por  cuareim 1080, ese hogar que lo cobijó en sus inicios y al que nunca jamás abandonó, lo recibieron sus amigos, una cuerda de tambores que transmitían en cada golpe una mezcla de orgullo y dolor,  de despedir a uno de los suyos. El cortejo paró unos instantes, los hijos y nietos, haciendo honor a ese gran hombre, salieron de los autos para fundirse entre los tambores y los colores, que él hizo de todos. Una vez más el cortejo sigue camino, ahora hacia el Palacio Legislativo, donde lo esperan las autoridades nacionales para participar de este adiós. Así como vivió, murió, entre ricos y pobres, entre clases sociales distintas para otros, no para él, por eso es que se encontró con su pueblo en la calle y luego en el Palacio, merecía esta honrosa despedida.
El ataúd fue colocado, y en él una bandera con su sol, su gran compañero, una vez allí, se sucedieron los anónimos de su país, el pueblo, finalmente las autoridades realizaron un cálido, emotivo discurso final. En boca del Pepe, su memoria quedará en cada niño de nuestro país que se detenga a mirar el sol.
Cuando por fin el cortejo se dirigió al cementerio del norte tomando la necesaria avenida Burgués
, parecía que había terminado el ejercicio necesario de un pueblo demostrando su dolor, sin embargo, por esa avenida se vio a niños pequeños, salir de humildes hogares con sus tambores para homenajearlo, se vio a hombres y mujeres aplaudiendo el pasaje del cortejo, hasta arribar al cementerio del norte donde se dieron sepultura a sus restos, ante el asombro de todos, allí aparecieron representantes del cuerpo de danza de Africa (no recuerdo qué país), emocionaba ver que había representantes de esa África tan significativa en su camino por la vida, tocaron los tambores, dijeron, o entonaron algún tipo de oración y entonces volvieron a sonar los tambores de cuareim 1080 para decirle adiós a nuestro más significativo hacedor de la vida