jueves, 25 de febrero de 2010

Recorriendo mi historia

En febrero del 2010, pasé dos semanas en Lavras do Sul, un pueblo de Brasil que queda a cinco horas de Porto Alegre. Allí nació parte de mi familia, mi bisabuela materna, ya que mi bisabuelo Joao Meneghello era italiano, mi abuela materna, quien conoció a mi abuelo armenio (escapado del genocidio turco) y se casó con él. Allí nacieron, entonces, mis tios y mi madre.... quienes siendo pequeños emigraron al Uruguay, ya que mi abuelo, Martín Grabedian, se puso en contacto con su familia armenia. Sin embargo el lazo con Lavras do sul no lo perdimos jamás. Primero mi madre y mis tios, que fueron llevados por mi abuela, a pasar cada verano con su prima, y sus abuelos maternos. Alli tuvieron sus primeros novios... sus primeros sueños.
Cuando mamá se casó con un uruguayo (mi padre) también resolvieron emigrar, pero esta vez a la Argentina, Rosario, allí crecimos con mi hermano Carlos Dante, allí nació mi Gabriel, mi hermano menor. Allí hice toda la escuela y hasta primer año de secundaria. Gracias a Gigi, mi tía, lavrense también, es que yo mantuve contacto con mi familia brasilera. Ella desde pequeña me llevaba, conocí a mi bisabuela, a los hijos de la prima hermana de mamá... y me enamoré de Lavras también.
Yo no soy lavrense de nacimiento, pero me siento una hija lejana....
En estas vacaciones, después de veinte años que no pisaba ese pueblo, mi madre, mi tía y yo, resolvimos hacer ese viaje de vida. Nos fuimos a Lavras las tres. El viaje sigue siendo tan complicado como en el siglo pasado, increible. Primero nos tomamos un omnibus en tres cruces a Melo. LLegamos a Melo a las 5 de la mañana. 5y 20 tomamos un omnibus, omnibus que se llovía ya que estaba lleno de agujeros, a Aceguá. ERROR. Llegamos a las 6.20 a un pueblo fantasma. Era de noche, llovía y no teníamos un solo lugar donde guarecernos. Mi madre y mi tía, impecables vestidas, pero desabrigadas, yo más previsora, comencé a abrigarlas con mis mantas y las abracé a las dos. Nos quedamos quietitas, abrazadas, bajo un minúsculo techito, esperando que alguien abriera esa especie de cuartito que funcionaba como terminal de Aceguá. A las 7 de la mañana llegó, felizmente la empleada. Entramos heladas, y cansadas a sentarnos, esperando poder comprar un café, ¡qué ilusas!!!!, imposible. A las 8 y 20 hs tomamos el omnibus a Bagé. Llegamos a las 10 y media de la mañana, allí si pudimos desayunar algo caliente y sentarnos a comer. Al medio día tomamos el bus para Lavras. El camino estaba horrible, por las lluvias, todo, pero todo todo el viaje fuimos dentro de ese bus como en una licuadora. Tres horas de viaje moviendonos, por momentos hasta con violencia, dentro del bus. A las tres de la tarde, por fin, llegamos a Lavras. Cuando vas llegando ya se ve el pueblo a lo lejos, es bellísimo. Lavras estaba allí, como hacía tantos años, igual, nada parecía haber cambiado, tal vez un poco más expandida, pero igual. Llegamos directo a bañarnos y a comer algo. Mi tía Erisa hacía rato que nos esperaba, siempre nerviosa. Esa misma tarde nos fuimos al Club, que estaba cumpliendo 100 años, a la matiné, a disfrutar del último día de carnaval con los niños, pensando en volver de noche, después de un pequeño descanso. Un descanso que duró hasta el otro día a las diez de la mañana. Jamás nos despertamos para ir. Qué loco. Al otro día, después del desayuno, mi mamá y yo (ya que mi tía Gigi no podía ni levantarse), nos fuimos a recorrer sus calles empedradas. Fuimos directo a la casa de mi bisabuela, Alvertina. Allí estaba esperándonos, sola. Casi entera, ya que de uno de sus lados se podía ver un importante buraco en la pared, sin ser eso, el resto de la casa, que hacía más de cien años mi bisabuelo Joao había levantado con sus propias manos, estaba intacta. Entramos por el costado, recordamos que cuando doña Albertina estaba viva, todo eso era jardín, flores, frutos y que al llegar uno era abrazado por un delicioso aroma a dulce, recién hecho por la dueña de casa. Ahora, sólo quedaba el recuerdo y esa casa que hablaba de historias, al menos para nosotras.
Seguimos el recorrido, mamá recordó otras historias, ajenas. Finalmente nos fuimos a almorzar.
Dejamos la ida al Paredao, para el otro día.