martes, 2 de septiembre de 2014

Detrás del espejo

somos los seres humanos que habitamos el planeta tierra desde hace.... bueno, desde nuestra perspectiva temporal hace miles de años mientras que desde una perspectiva cósmica, hace tal vez un par de minutos.
Somos la especie que, luego de su evolución, tomó posesión del planeta, consagrándose a si mismo como el ser pensante por excelencia, y con todos los derechos adquiridos sobre el mismo.
Somos los parientes del tipo aquel que en algún momento comprendió y controló el fuego para darse calor, para protegerse en las noches, para darle mejor sabor al alimento, algún tipo de primo trigésimo del que descubrió que podía generar su alimento produciéndolo para poder establecerse en un espacio determinado. Probablemente seamos familiares cercanos del que organizó alrededor de un rió un grupo social y creó un sistema para vivir en comunidad. Intuyo que algún tipo de relación tendremos con ese que pintó las cavernas para apropiarse del poder mágico al cazar, que se hermanó con el que usó un lienzo y empezó a jugar con los colores para mostrar, ahora concientemente, que aquella magia tenía nombre, el arte.
Nos reconocemos como parientes casi íntimos de los que entregaron sus vidas para extender la posibilidad y la calidad de vida. Estamos en algún nivel cercano de relación de los que abandonando la espada, tomaron la pluma para enseñarnos, desde allá de aquellos rincones tan distantes de la historia, quienes somos y de dónde venimos. Hemos crecido, hemos creado, hemos escrito y leído tantas veces de la Biblia a Nietszche que a veces nos desconocemos sin esos parámetros verbales tan bien dichos.
Nos sentimos orgullosos de ser parientes de héroes pasados que generaron una identidad común, pero nos negamos a  reconocer en nuestro grupo familiar a a esos otros que crearon un sistema tan afianzado para la guerra que casi es imposible pensar un siglo sin ella. No nos gusta hablar de esos otros parientes que degeneraron la idea perfecta del ser creando el sistema de la muerte a través de holocaustos diversos en temas y épocas. No podemos mirar de frente como a un igual a aquellos inquisidores formales que instalaron la cuestión del control a través del horror, o a esos otros que se consideraron en la obligación histórica de anular pueblos enteros por ser lo otro distinto y no aceptado. Miramos para otro lado cuando el asesinato, producto de la venta indiscriminada de armas, producto de un sistema corrupto, aparece en formas diversas, en una calle, en un día cualquiera,en la muerte distante a nuestra cómoda realidad o en un anuncio de guerra, que se explica en alguna razón, desatornillada de gobiernos que sustenta con supuestos móviles superiores.
Somos la especie que puebla y domina el planeta  aún hoy, en el Siglo XXI. Sentimos piedad cuando vemos el dolor por nuestras televisiones modernas y entonces estamos recompensados. Sentimos indignación cuando un pueblo es genocidado en la apropiada distancia geográfica, gritamos nuestras posturas morales frente al miedo, al dolor, al hambre, en una espléndida mesa bien servida.
Somos la especie humana que ha triunfado sobre otras especies en el planeta tierra y eso, aparentemente, nos habilita a convertirnos en el principal depredador de las otras especies. Eso, también, parece que nos da derecho sobre la tierra misma, generando los más peligrosos procesos contaminantes de lo que necesitamos para vivir, la tierra, el agua, el aire.... somos una especie ¿inteligente?.
Hemos construido un sistema cerrado para convencernos de nuestra inteligencia, claro, somos nosotros, los de la misma especie, el jurado designado para definir la inteligencia.
Estamos aún subsistiendo en este planeta, con sistemas políticos/económicos que han generado las redes necesarias para tenernos a todos bajo su más perfecto y absoluto control. El más complejo de los controles, el que me permite incluso cuestionarlo en internet, y me mira con una sonrisa penosa porque sabe que mi palabra es una débil llama en medio de la tormenta.
La red sistémica nos tiene atados, nos deja mirar por la ventana tv, por la ventana internet, nos deja mirar, a veces, nos deja levantar nuestra voz, olvidada en las miles de formas que ha construido para comprar mi voluntad.
Somos la herencia humana de aquel hombre que dominó el fuego y después de miles de años de historia hemos entregado nuestro fuego, lo hemos vendido por una forma de vida que parece anestesiar todo tipo de rebeldía. Hemos cambiado nuestro tiempo de hacer por el tiempo de mirar detenidos miradores de la historia, que ya no hacemos.

jueves, 1 de mayo de 2014

Poema clave



mi miedo no es olvidarte
mi miedo no es detenerte
mi miedo no es aliviar tu cansancio de mi 
con ausencias impostergadas
mi miedo es que el tiempo nos distraiga
deteniendo el dolor del olvido
por la vaguedad de un silencio aburrido

martes, 25 de febrero de 2014

El día que se despidió el mejor amigo del sol



Carlos Paez Vilaró, nació en Montevideo, Uruguay, el 1º de noviembre de 1923.
Marcado por una fuerte vocación artística partió en su juventud a Buenos Aires, donde se vinculó al medio de las artes gráficas, como aprendiz de cajista de imprenta en Barracas y Avellaneda. A su regreso al Uruguay, en la década del 40, motivado por el tema del candombe y la comparsa afro-oriental y vinculándose estrechamente a la vida del conventillo “Mediomundo”, entra de lleno a manifestarse en el campo del arte.
Un día como hoy, un nublado febrero de 2014 se nos murió Paez,  y el pueblo lo despidió porque se estaba yendo, como dejándonos huérfanos de una presencia indispensable en el Uruguay.
A los 90 años decidió que su obra había finalizado, dejó su pincel tan lleno de memorias en un rincón del atelier, y se dejó llevar en este su último viaje.
Su casa Pueblo, la que fue creando de a caricias, como un amante dedicado lo despidió, de allí vino a Montevideo, para ser velado en AGADU, era su voluntad, pasó la noche en esa casa, para que un pueblo entero pudiera decirle adiós. De mañana temprano salió el cortejo, pasando por su barrio sur, por  cuareim 1080, ese hogar que lo cobijó en sus inicios y al que nunca jamás abandonó, lo recibieron sus amigos, una cuerda de tambores que transmitían en cada golpe una mezcla de orgullo y dolor,  de despedir a uno de los suyos. El cortejo paró unos instantes, los hijos y nietos, haciendo honor a ese gran hombre, salieron de los autos para fundirse entre los tambores y los colores, que él hizo de todos. Una vez más el cortejo sigue camino, ahora hacia el Palacio Legislativo, donde lo esperan las autoridades nacionales para participar de este adiós. Así como vivió, murió, entre ricos y pobres, entre clases sociales distintas para otros, no para él, por eso es que se encontró con su pueblo en la calle y luego en el Palacio, merecía esta honrosa despedida.
El ataúd fue colocado, y en él una bandera con su sol, su gran compañero, una vez allí, se sucedieron los anónimos de su país, el pueblo, finalmente las autoridades realizaron un cálido, emotivo discurso final. En boca del Pepe, su memoria quedará en cada niño de nuestro país que se detenga a mirar el sol.
Cuando por fin el cortejo se dirigió al cementerio del norte tomando la necesaria avenida Burgués
, parecía que había terminado el ejercicio necesario de un pueblo demostrando su dolor, sin embargo, por esa avenida se vio a niños pequeños, salir de humildes hogares con sus tambores para homenajearlo, se vio a hombres y mujeres aplaudiendo el pasaje del cortejo, hasta arribar al cementerio del norte donde se dieron sepultura a sus restos, ante el asombro de todos, allí aparecieron representantes del cuerpo de danza de Africa (no recuerdo qué país), emocionaba ver que había representantes de esa África tan significativa en su camino por la vida, tocaron los tambores, dijeron, o entonaron algún tipo de oración y entonces volvieron a sonar los tambores de cuareim 1080 para decirle adiós a nuestro más significativo hacedor de la vida